Lactancia lésbica

Lactancia lésbicaExtracto de mi novela "Las diez fantasías de Eva"En mi primera experiencia de sexo raro había practicado cosas que ni imaginaba. Hice una muesca en mi lista y de forma aleatoria elegí otra prueba a superar. Tal vez fue casualidad, pero la siguiente también se englobaría en aquella categoría de sexo rarito al que acudes cuando ya nada más te excita.Me abrió una mujer morena, alta, maquillada y realmente guapa que debería rondar los cuarenta o cincuenta años. Iba vestida con una bata de seda ? o lo que parecía seda ? muy corta y por el escote se asomaba un sujetador oscuro de encaje. Con un gesto de la cabeza me invitó a pasar. Estaba tan cohibida que me costó convertir su invitación en un movimiento hacia delante. Siguiéndola por el rectilíneo pasillo su cuerpo eran todo curvas bien puestas mientras el bamboleo de sus caderas me hipnotizaba. Desemboqué en un comedor donde la intensa luz del sol que penetraba a raudales por los ventanales me hizo parpadear. Estaba tan segura que era la dueña de aquel extraño burdel lácteo que cuando me condujo a la sala de estar me senté en el sofá sin esperar invitación alguna esperando el desfile de muchachas de pechos generosos. Con una expresión de extrañeza dibujada en su rostro ante mi postura expectante, me pidió con mucha amabilidad que abonara la cantidad pactada. Nerviosa abrí el bolso y le tendí los cien euros. Sonriendo por primera vez colocó el dinero en una pequeña caja de la estantería y girándose hacia mi se desprendió de la bata y del sujetador para quedarse completamente desnuda. No me había percatado pero lo que se veía a través de la abertura de la ropa no era braguitas de color carne si no directamente su pubis afeitado. No mostraba unos labios muy pronunciados así que me perdoné el error. En ese preciso instante hubiera deseado que el suelo se abriera a mis pies para engullirme y desaparecer. En lugar de eso acepté su mano que me condujo hacia un sofá donde se sentó invitándome a su vez a estirarme sobre ella de tal manera que sus pechos quedaron a la altura de mi cara. Antes me preguntó si deseaba desnudarme y negué con un gesto enérgico de la cabeza asustada ante mi repentina mudez.Mi mente estaba confusa. Esperaba a una mujer más joven que hubiera parido hace poco, con los pechos rezumantes de leche. En cambio mi torso se apoyaba en el regazo de una mujer donde ya no parecía posible la maternidad aunque sus enormes pechos bien podrían haber alimentado en un pasado a toda una prole. Dulcemente me llevó la cabeza hasta uno de sus pezones y a pesar de mostré cierta resistencia atinó a colocarme el pezón en la boca. Si en un principio pensé que la cosa quedaría en eso dada la imposibilidad de que aquella señora por edad hubiera sido madre y que todo consistiría en chupar un pezón seco pronto descubrí cuán errada estaba. Fue hacer un pequeño y tímido chupetón para descubrir, entre fascinada y espantada, que un líquido no muy dulzón y menos espeso que la leche de vaca comenzaba a resbalar por mi garganta. Separé un poco la cabeza para enfocar la vista y en efecto no era truco, la leche manaba de aquella teta inmensa.Como si fuera una niña que se resiste a comer, la mujer volvió a apretarme contra su pecho mientras el erecto pezón se incrustaba en mi boca. Mareada, asombrada por lo que estaba haciendo, me sentí derrotada Obediente, comencé a mamar tratando de imaginar que aquello era una polla de la que surgiría tarde o temprano un chorro caliente directo a mi garganta. Peor símil no podría haber elegido. Aquello en realidad no era sexo ni se le parecía, al menos desde mi punto de vista. Me sentía bien, relajada, y la leche que al principio me parecía repulsiva me fue agradando hasta succionar con un ansia que la mujer calmaba acariciando mi pelo. ?Despacito, despacito?, recitaba como una letanía. Llegué a tener tanta leche en mi boca que incapaz de tragarla toda, afloraba por las comisuras hasta caer por mi cuello y mancharme.Temerosa de estropear mi ropa me convenció para quitarme la blusa, el sujetador y al final todo lo de abajo, quedando tan desnuda como ella. Lo más bizarro era chupetear sus pezones mientras nos mirábamos a los ojos casi sin pestañear. Pero me sentía bien, tranquila y relajada. Si no fuera porque ella a veces parecía ausente y mecánica hubiera disfrutado de la situación mucho más. Como si recordara algo me preguntó si quería ser masturbada y me negué. No iba a permitir que el sexo estropeara aquel momento mágico. Me pidió permiso para correrse ? así tal cual lo dijo - y me encogí de hombros. Era una pregunta bastante rara. Era como preguntar si me importaba que bostezara o que se rascara la nariz. Esperaba que llevara su mano a la entrepierna pero en lugar de eso cerró los ojos mientras yo seguía succionando el líquido cada vez más menguante. Su respiración se entrecortaba mientras emitía algún gemido quedo, de manera que me di cuenta que estaba disfrutando del acto sin necesidad de tocarse el conejito. Sentí envidia. En apenas un minuto un temblor de su cuerpo me dio a entender que había tenido un orgasmo. Me pareció una forma maravillosa de auto satisfacerse.Una vez saciado su cuerpo y saciada mi sed, al menos metafóricamente hablando, nos miramos con ternura. Fue un minuto largo, tal vez dos. Me encontraba tan a gusto en su regazo que hubiera estado allí, con los rastros de la leche recorriendo la barbilla y manchado mi cuerpo, tanto tiempo como fuera posible. Mientras se recuperaba de su envidiable orgasmo empecé a sentir algo mucho más sexual. Separé ligeramente mis piernas con la esperanza de que su mano se acercara por la zona pero nada de eso ocurrió. Para intentar calentarla le seguí lamiendo suavemente el erecto pezón que había penetrado mi boca y esperaba que ella, ya que antes me lo había pedido, me hiciera una dulce paja. Ahora me moría porque me metiera el dedito en el interior de la abultada raja. Pero nada de eso sucedió. Cuando le pedí con la voz ronca del deseo que me diera el mismo placer que ella había sentido me espetó que el tiempo había pasado y pronto iba a llegar otro cliente.Sorprendida volvió la rojez a mi cara mientras me excusaba azorada, recordando que todo aquello no era más que una mera transacción comercial. Recogí mi ropa del suelo e hice un ovillo con la misma para cubrirme las partes mientras ella, con tranquilidad, volvía a cubrirse con la bata dejando una generosa raja desde donde, sin esfuerzo alguno, se atisbaba de nuevo su sexo. Esta vez la excitación ya no dejaba ninguna duda sobre la presencia de su rajita de labios marronosos.Me condujo entonces hasta el baño para que pudiera asearme un poco. Entré en la ducha y como una idiota no acerté a regular bien la temperatura. Al principio me abrasé para luego helarme como la mirada de mi ama de leche que apoyada en el quicio de la puerta del lavabo esperaba a que terminara sujetando una toalla y mirando mi desnudez con cierta indiferencia. No hizo nada por ayudarme hasta que, terminando como pude, se acercó a mi para secarme. Es cierto que las duchas frías calman el apetito sexual puesto que aunque me secó con especial dedicación entre mis piernas no por ello el deseo me invadió con más fuerza que la tiritona. Mientras me vestía le pregunté por el supuesto bebé. Debía haber uno si su teta manaba con tanta abundacia. Para mi sorpresa negó la existencia de ningún bebé explicando que masajeando constantemente los pechos y bebiendo mucha bebida de soja era posible tener siempre leche en abundancia. Estuve a punto de reírme pero lo dijo con tal seriedad que debía ser cierto porque a renglón seguido confesó tener 52 años y estar a punto de entrar en la menopausia. La regla a veces le fallaba y empezaba a sufrir los sofocos propios de esa transición. Una vez suelta su lengua me contó que daba de mamar a medio Madrid. La mayoría de sus clientes eran hombres de mediana o avanzada edad que pagaban lo que fuera por chupar una teta bien cargada. Pero también había algunos jóvenes y algunas lesbianas ?como tu? - y no me defendí por no cortar su discurso ? que disfrutan de la mamada por encima de cualquier otra perversión sexual. Que ella misma no se sentía ni atraída especialmente por hombres o mujeres pero que no tenía reparos en dar placer tanto a unos como a otros a cambio de una remuneración aunque lo que de verdad le causaba placer, el único modo en que alcanzaba el orgasmo, era que alguien chupara sus pezones.Caminé por la calle como si fuera un zombie. Me metí en la boca del metro y aparecí sentada en el vagón sin saber muy bien hacia dónde me dirigía. En mi boca conservaba aquel sabor no muy dulzón ni tampoco demasiado sabroso que había inundado mi boca. Llegada a casa me duché de nuevo evitando lavarme los dientes. Desnuda sobre la cama evoqué lo ocurrido en la casa de la lactancia. Lamía con mi lengua los dientes y las encías, buscando recuperar el sabor. Excitada, adornando los detalles y añadiendo otros nuevos que nunca ocurrieron, dejé que mis dedos frotaran con rudeza el erecto clítoris. Estaba tan mojada que me costó menos de un minuto correrme mientras imaginaba a aquella voluptuosa mujer apretando su teta para eyectar un chorro blancuzco, fino y potente sobre mi pipa. Igual que Carlos se había orinado en ella con su potente chorro hacía unos pocos días. La sola evocación de tal imagen hizo que mi pelvis se elevara con una oleada de placer indescriptible.